Cuando pienso en Japón, pienso en Blade Runner y en El quinto Elemento. En esas calles estrechas, por las que apenas cabe una moto, repletas de anuncios de neón por todas partes. En esos teléfonos de última generación que todavía en Europa no hemos podido ni imaginar que puedan existir. Incluso, en algún robot paseando por la calle del que nadie pueda sospechar su naturaleza.
También pienso en el Japón más tradicional. El de la naturaleza, los árboles de cerezo florecidos, la tranquilidad, las costumbres, los templos, la meditación zen.
También pienso en el Japón de Dragon Ball, de la Arare y de Pikachu. El más transgresor, del anime y el cosplay.
Me fascina que un solo país pueda tener tantas culturas tan diferentes y diversas en un único lugar. Conviviendo con total (aparente) naturalidad. Nunca he estado en Japón y es uno de mis destinos pendientes, pero es esta mezcla tan dispar de culturas que hace que me parezca un lugar fascinante.
Por casualidad, hace unas semanas, descubrimos un pequeño rincón japonés escondido en Berlín. No es gran cosa, pero es un tranquilo lugar que permite escaparte de la locura de la gran ciudad, desconectar y respirar un poco de tranquilidad. Se trata de un paseo de cerezos en el barrio berlinés de Teltow.
En ese paseo se celebra el Kirschblütefest, un festival japonés para conmemorar el florecimiento de los cerezos. Música japonesa, sake, cosplay, kimonos… Alguna que otra salchicha. Sí, no son japonesas, pero no puede haber festival en Alemania que no tenga una caseta de salchichas. Estoy convencido que ese festival sería denunciable 😀
Sí, ya sé que no es Japón, pero por el momento me conformo con este pequeño rincón escondido de Berlín. Mientras espero la oportunidad de ir a Japón, habrá que volver a hacer una escapada a la Tv-Asahi-Kirschblütenallee