
Cuando a mediados de Noviembre de 2010 aproveché la oportunidad que se me presentó para dejar la empresa en la que trabajaba y así podernos ir a vivir a otro país, no pensábamos que todo iba a ser diferente.
Fue mi jefe quien, el mismo día que le dije que quería marchar, me recomendó Holanda. Tenía unos amigos viviendo allí y estaban muy contentos. «La calidad de vida es muy alta y hablan muy bien el inglés», me dijo.
¿En serio me estaba ayudando a marchar de la empresa 🤔?
Esa misma noche investigamos, buscamos información y decidimos que Holanda era el destino al que queríamos ir. La semana siguiente yo dejaba la empresa y Nadia un mes después. En Enero, pisábamos el país por primera vez en nuestras vidas y lo hacíamos para buscar piso. Un mes después nos mudábamos sin trabajo, pero cargados de mucha ilusión e insensatez.
Escogimos Haarlem por simple azar. No lo conocíamos, pero cumplía tres requisitos importantes: estaba muy cerca de Amsterdam, los precios que vimos entraban dentro de nuestro presupuesto y en las fotos tenía pinta de ser un lugar donde se podía vivir bien. Excepto algunas fotos de invierno, esas las obviamos un poquito. Primero fuimos a Haarlem, luego conocimos Amsterdam. Al revés de como suele hacer la gente.
Un año allí fue suficiente para enamorarnos de la ciudad y hablarle a todos de lo que nos había gustado la experiencia. Hicimos amigos que aún mantenemos. Pero, a pesar de todo, nos fuimos. Primero a Londres, luego otra vez de vuelta a Barcelona. Desde entonces hemos vuelto, como mínimo, una vez al año para pasar unos días e ir a nuestros lugares favoritos. Normalmente relacionados con la comida.
Cuando hace unos meses decidimos que, después de casi tres años, dejaríamos Berlín para volver a los Países Bajos, y que nuestro destino volvería a ser Haarlem, comencé a escuchar lo mismo, a medida que lo comunicábamos: «Ah! vuestra ciudad!», «Al menos el lugar ya lo conocéis», «Está bien, porque es el sitio que a vosotros os gusta». Toda la turra que dimos en su momento parece que caló bastante hondo en sus subconscientes 😀
Pero yo sabía que no iba a ser lo mismo. Que hay muchas razones para que no lo fuese.
Han pasado 9 años desde que estuvimos aquí y en nueve años las ciudades suelen cambiar. Se masifican más, se encarecen, reciben más turismo, cambia el estilo de vida,… A veces pueden ser cambios insignificantes, pero a veces pueden marcar la diferencia. Por el momento, Haarlem en todo este tiempo se ha encarecido. Mucho.
El idioma hace mucho. En 2011 Nadia no hablaba inglés, yo apenas me defendía y ninguno hablaba holandés (¿a que suena a plan perfecto?). Ahora los dos nos comunicamos en un inglés (más o menos) fluído, ella sabe holandés y yo alemán (que aún sin ser igual, ayuda). Si no sabes el idioma tienes un muro, un muro que no te permite integrarte al 100% y te pierdes muchas cosas. Con el idioma se abre un nuevo mundo delante nuestro que antes no teníamos.
Nosotros tenemos nueve años más. Somos más viejos, más sabios, más experimentados, nuestra juventud es diferente… como quieras llamarlo. Pero con el paso del tiempo cambian nuestras preferencias, nuestros gustos, nuestras prioridades. Lo suficiente para que cosas que te gustaron hace nueve años no te gusten tanto ahora.
Cuando nos mudamos aquí por primera vez, éramos vírgenes. Era la primera vez que salíamos del «nido» y no sabíamos qué esperar. Pero ahora hemos vivido en otros lugares. Estuvimos 6 meses viviendo en Londres. Volvimos a Barcelona donde estuvimos casi cinco años, que no fueron iguales a antes de marcharnos. Y hemos estado casi tres años en Berlín. Por mucho que no seas consciente, todo esto te cambia. Te da nuevas experiencias y nuevas perspectivas.
Y ahora comparamos. Antes no teníamos con qué compararlo, todo era nuevo y la única comparación era Barcelona. Ahora venimos de Berlín y las comparaciones son diferentes. Y eso también cambia mucho la experiencia. Por ejemplo, en transporte público entre Haarlem y Amsterdam se tarda entre 45 y 60 minutos, según donde quieras ir. En 2011, que yo venía de 7 años yendo a trabajar en coche, cogiendo caravanas y tardando entre 60 y 90 minutos por trayecto (entre 2 y 3 horas perdidas cada día) para ir a trabajar, tardar entre 45 y 60 en trasporte público fue como tocar el cielo (en serio, ¿alguien ha conseguido tocar el cielo y saber si es tan bueno?). Sin embargo, ahora vengo de una situación en que tardaba 30 minutos andando. Por comparación, el mismo trayecto Haarlem-Amsterdam ha pasado de ser un aumento de calidad de vida a perder en calidad.
Nos empeñamos siempre es buscar la estabilidad, lo conocido, la permanencia de las cosas. Pero, a diferencia de aquel Noviembre de 2010, sé que todo va a ser diferente. Que nada va a ser lo mismo a lo que fue en el 2011.
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