Hace unos días me crucé con este tuit en mi TL. Respondí con la que es mi experiencia viviendo en el extranjero y trabajando durante años en entornos internacionales y pensé que era una buena oportunidad para ampliar, en el blog, la respuesta que di al tuit.
El 14 de Febrero de 2011 sobre las 5 de la mañana salíamos de Barcelona. Habíamos metido todas las pertenencias que nos cabían en el coche y cogíamos la autopista dirección Haarlem. Salíamos de nuestra zona para experimentar, por primera vez, vivir en otro país. El 15 de Febrero a la 1 de la madrugada llegábamos a nuestro destino.
Un año más tarde, en enero de 2012, repetíamos aventura. Dejábamos todo lo que teníamos en Haarlem para aventurarnos a una nueva experiencia en Londres.
Seis meses más tarde, decidíamos dejar Londres atrás y volver a Barcelona en julio de 2012. Ya de vuelta, comencé a trabajar en King donde, a pesar de trabajar en el estudio de Barcelona, el entorno era internacional y el idioma principal el inglés.
En 2017 surgió la oportunidad de venirnos a Berlín, desde donde volvimos a mudarnos a Haarlem, en plena pandemia, para un año más tarde volver a Berlín. Donde seguimos desde entonces.
En total, camino de los 13 años en los que he estado trabajando o viviendo en un entorno internacional, de los cuales unos 8.5 han sido entre los tres países y los 4.5 restantes en Barcelona, pero en una empresa internacional con compañeros de múltiples países (Francia, Suecia, Inglaterra, Rumanía, Italia,…)
Cuando comencé a trabajar por primera vez en un entorno internacional, allá en el 2011 en Amsterdam, recuerdo que el inicio fue muy duro. Apenas hablaba con mis compañeros, a mi jefe (original de Manchester) me costaba entenderlo y cada día llegaba a casa con dolor de cabeza. Entre la falta de práctica y la inseguridad me convertí en un ermitaño las horas que pasaba en el trabajo. Iba a comer cada día con mis compañeros, pero me costaba horrores seguir la conversación y cuando creía que podía aportar algo no sabía cómo hacerlo en un idioma que no era el mío. El resto del día solo hablaba cuando no podía evitarlo.
Pero esto poco a poco cambió. Me fui acostumbrando, fui cogiendo seguridad y práctica y, con el paso de las semanas, meses y años, se normalizó la situación. Tanto en esa primera empresa como en las otras por las que fui pasando a lo largo de los 4 países, convivir en inglés a diario se convirtió en mi rutina. Mi forma de comunicar cambia, es normal, y no me expreso igual a cuando hablo en castellano. Pero de la misma forma que creo que no lo hago cuando hablo en catalán o en castellano (ambos idiomas nativos para mí). Siempre y cuando las conversaciones con mis compañeros sean temas puramente laborales, no tengo ningún problema de comunicación.
Los problemas empiezan cuando las conversaciones se relajan y se informalizan. Cuando empezamos a hablar de nuestras vidas, de la sociedad, de política, de lo que hemos hecho el fin de semana, de nuestras vacaciones, de anécdotas que nos han sucedido… Ahí lo noto más. No es que no pueda hablar con ellos, porque lo hago y tenemos conversaciones fluidas de cualquier cosa. Es que noto que me falta «fondo de armario», sufro el no estar hablando en mi idioma nativo. Noto que no puedo comunicar todos los detalles que me gustaría comunicar, que me dejo sutilezas que en castellano o catalán me serían fácil de expresar, que es fácil llegar a un punto donde no me acaben de entender o haya un pequeño malentendido. O, simplemente, no pueda ser todo lo gracioso o soltar las bromas que en castellano o catalán podría soltar.
Hablar un idioma es saber un conjunto de palabras y reglas gramaticales para que un grupo de personas se entiendan. Pero suele ir más allá. Suele haber contexto, connotaciones diferentes, sutilezas, detalles,… que cuando no hablas en tu idioma nativo cuesta más. Siempre y cuando las conversaciones se queden en el entorno laboral no hay problema pero, la diferencia como comento, es cuando se trata de conversaciones informales no laborales.
Pero el muro, el verdadero muro lo encuentras cuando sales a la calle a la vida exterior fuera de los muros del entorno laboral. Ahí es donde cuesta. Donde tienes que ir a hacer unos papeleos, cuando tienes que ir al médico. Esa parte es donde más echo en falta comunicarme en mi idioma nativo. Sobre todo el médico.
Muchas veces ir al médico se trata de hablar de cosas que no sabes expresar en palabras. De sensaciones, de emociones… Cosas que son muy complicadas de comunicar en un idioma que no es el idioma nativo.
Cosas tan habituales como ir al médico, al dentista, graduarte la vista, ponerte una vacuna, hacerte un análisis de sangre, hacer algún trámite oficial, comprarte un coche, cortarte el pelo, alquilar un piso… Se convierten en tareas monumentales en las que tienes que traspasar un muro idiomático que la mayoría de las veces no eres consciente que está ahí.
Eso sí, volviendo al entorno laboral, no es hablar en inglés lo que noto más. No es el no poderme comunicar en alguno de mis idiomas nativos. Lo que más noto son las diferencias culturales entre las diferentes nacionalidades. El cómo pensamos diferente, el cómo nuestras expectativas cambian en función de las culturas. Como nuestras respuestas a un mismo problema o situación es diferente en función de la nacionalidad de cada persona.
¿Ta pasa lo mismo? ¿Tu experiencia es diferente?