“Sólo han pasado dos semanas desde que entregué mi carta de renuncia. ¿Hago bien en llamarlo? ¿Qué pensará cuando lo llame?”

Aquí estoy un miércoles de mediados de octubre sudando, no sé si por estar dentro de una cabina telefónica o por los nervios de la llamada que estoy a punto de hacer. Miro las monedas que tengo en una mano, el audífono en la otra.

¡Perdona! Supongo que te estarás preguntando quién soy yo y os estoy contando. Soy una persona normal, como la mayoría de vosotros. Ingeniero de Software con una vida que la podríamos catalogar de “normal”. Pero hubo un momento de mi vida que tomé una serie de decisiones que, aún considerarlas normales, la gente las suele considerar como excepcionales.

No he sido el primero en tomarlas ni tampoco seré el último, pero sí que he conocido mucha gente con grandes sueños y no se atreven a tomar decisiones similares. Un buen día de noviembre, mi mujer y yo decidimos dejar todo lo que teníamos y marcharnos a vivir a otro país. Un país que no conocíamos, un país que no habíamos visitado nunca.

Todo comenzó diez años antes, en esta cabina telefónica. Esa llamada que al final hice me llevó a estar a punto de irnos a vivir a Miami. No fuimos, pero el gusano se quedó dentro de nosotros.

Finalmente en noviembre del 2010 decidimos dejar nuestra Barcelona para marcharnos a Haarlem. Y después a Londres. Y ahora en Berlín…