Este año habíamos decidido bajar a Barcelona, para las Navidades, en coche. El sábado 22 de diciembre partíamos desde Berlín en dirección al pueblo francés de Besançon, donde haríamos parada sólo para dormir. El domingo 23 nos despertábamos pronto para continuar nuestra segunda etapa del viaje hacia Barcelona. Y empezaba el «show».
El lunes por la mañana lo dedicábamos a comprar los regalos de Navidad que nos quedaban. Habíamos comprado casi todos en Berlín, pero había algunos que los habíamos dejado para cuando estuviésemos en Barcelona. Principalmente la ropa. Acabar compras, comer y salir a primera hora de la tarde camino de Segur de Calafell, a casa de mi suegra. La noche de Nochebuena tradicionalmente siempre hemos cenado allí. Una vez cenados, de vuelta a Barcelona donde teníamos nuestro «campamento base», donde habíamos alquilado un apartamento.
El martes nos tocaba ir a Rubí, a casa de mis padres. El día de Navidad lo solemos pasar con mi familia. Levantarse, desayunar, ducharnos, prepararnos y marchar a comer. Comida, sobremesa, charlas, juegos, visita de un gran amigo de la infancia… al final el día entero se pasa y es lo único que hacemos. A última hora de la tarde de vuelta a Barcelona a descansar, que al día siguiente continúa.
El miércoles dividimos nuestros caminos. Nadia marcha de nuevo a Segur de Calafell a comer con su madre, yo marcho, de nuevo, a Rubí para cenar con la familia de mi padre. Mis tíos y primos por parte paterna. De forma similar al día de Navidad, el día entero se nos va.
El jueves por la mañana lo dedicamos a ciertas obligaciones que teníamos que hacer. Nadia a renovar DNI y carnet de conducir, yo a visitar al peluquero (aprovecho las visitas a Barcelona para ir a mi peluquero de siempre) y llevar el coche a realizar una revisión técnica. Por la tarde hemos quedado con unos buenos amigos, de esos de toda la vida, para vernos, ponernos al día de nuestras vidas (no nos veíamos desde que vinieron en Marzo a visitarnos) y dar los regalos de Navidad a sus hijos, los mellizos.
El viernes, nuestro último día en Barcelona antes de volver a Berlín. ¡Que bien! Podremos relajarnos y disfrutar de un poco de tiempo libre… sí, de unas 3 horas. Por la mañana terminamos de hacer unas compras que queríamos hacer antes de volvernos a Berlín. Por la tarde tenemos tres o cuatro horas libres antes de quedar a cenar con mis padres. «El viernes, si tenéis libre, podríamos quedar a cenar antes de iros», dijo mi madre. Genial ocurrencia!
En la procrastinación, los proyectos terminan ocupando todo el tiempo del que dispongamos para finalizarlos. Independientemente si es 1 día o 20. Con las visitas a Barcelona pasa igual. El número de veces que tendrás que quedar con la gente será el suficiente para ocupar todos los días que estés de visita. Da lo mismo tu tiempo y tus planes, es lo que menos importa. Lo único importante es lo que quieren hacer los demás con él.
El domingo llegamos a casa, a Berlín. ¡Por fin! Ya estamos en casa, tranquilos, relajados y podemos descansar… Pero poco, que toca volver al trabajo!
Por eso, para la mayoría de las personas que vivimos fuera, volver de visita a nuestro lugar de origen nunca son vacaciones y siempre son días estresantes. No conozco, todavía, a nadie que cuando va no tenga ya ganas de volver a los pocos días, cansado del estrés. Ya dice el refrán que «mal de muchos, consuelo de tontos», y eso es lo que me consuela, saber que no estamos solos en esta estresante lucha.
Cheesecake Bonus track

Bueno, vale, no es un cheesecake 🙂 En las pocas horas que tuvimos libres el viernes por la tarde aprovechamos para hacer una vista a Mailuna, una cafetería/tetería que hay en el centro de Barcelona y a la que solíamos ir frecuentemente cuando vivíamos allí. Nadia se tomó un té de jazmín y arroz, yo un Matcha Latte y todo acompañado de un sabroso y delicioso pastel de manzana. Es uno de esos sitios acojedores que te hacen sentir cómodo y que no tengas ganas de marchar.
Sí, el fuerte torso que aparece al fondo es el mío 😉